Las Dos Caras de una Misma Moneda

I
La Mudanza

MAIR
Existe una creencia popular que dice que los mellizos deben ser iguales, o, al menos, parecidos. En el caso de mi hermana y mío, esa creencia se hizo añicos nada más nacer.
Yo soy la menor, aunque por solo unos minutos. Unos minutos que marcan la diferencia entre el día y la noche. Entre plena luz, y crepúsculo oscuro. Y a mí me tocó ser la noche. Introvertida, rebelde si me intentan imponer normas que no son de mi agrado, y lectora empedernida, pues soy capaz de pasarme una tarde entera en mi cuarto con un libro interesante; podrían ser unos adjetivos que me describirían con bastante fidelidad. También mi forma de vestir, con el sempiterno negro, del mismo color que mi pelo, ayuda a que la gente se aparte instintivamente de mí, y prefieran entablar conversación con mi hermana. Ella es completamente distinta a mí: muy simpática, recatada, educada, con muchos amigos, muy estudiosa (aunque mis notas siempre sean mas altas) dulce, guapa… podría seguir así un rato, pero no es esta mi función. Ella es rubia, igual que mi madre. La verdad, mi madre y mi hermana son muy parecidas: tienen los mismos intereses, hablan mucho y se entienden a la perfección. Yo, según mi madre, me parezco más a mi padre, pero nunca lo sabré, pues nos abandonó siendo las dos nada más que unos bebés. No es que me sienta muy orgullosa de él, pero en mi fuero interno sé que debió de haber un motivo de mucho peso para abandonarnos. Pero, desgraciadamente, al poco tiempo de marcharse, nos llegó la noticia de que había muerto, en un accidente de coche.

Pero todo esto, el meollo de la cuestión, la razón de que esté escribiendo esto acurrucada en mi habitación, empezó el verano del año que cumplíamos quince años.
Mi madre tenía novio desde hacía ya un año, y, un día, de sopetón, nos dijo que Manu y ella se iban a casar. Y, de pasada, también nos dijo que nos íbamos a ir a vivir con ellos a su gran casa en un pueblo cercano a la sierra.
A mi no me hizo gracia la idea, pero no me quejé, sabía que iba a ser inútil, con lo cual, fui haciendo planes para la mudanza. Y tampoco felicité a mi madre. Mi hermana, que por muy buena que sea, hay veces que es un poco hipócrita, sí que lo hizo, aunque luego refunfuñó un poco sobre sus amigos. No le hice caso.

Y por fin llegó el fatídico día. Una furgoneta iba a llevar nuestras pertenencias (ropa y reliquias familiares, libros y demás) hasta la casa del novio-prometido de mi madre, y a nosotras nos iba a recoger él en su deslumbrante todoterreno. Me abstuve a decir que esos coches contaminaban muchísimo. Mientras conducía hacia el pueblo en el que íbamos a vivir, Manu nos fue contando cosas sobre sus hijos. Eran cuatro: dos mellizos, una chica de unos trece años, y un chico que tenía nuestra edad. Genial, pensé yo, encima tendré que aguantar a un tío de mi edad. Mejor imposible. Pero, como siempre, ninguna palabra salió de mi boca.
Cundo llegamos, a mi hermana se le cayó la baba de admiración. Era una casa enorme, casi se podría decir que una mansión, con tres plantas y una buhardilla, un jardín enorme, y detrás de él, un bosque deslumbrante. La verdad, no estaba mal, nada mal.
En ese momento, cuatro personas salieron de la casa rápidamente, y oí a mi hermana lanzar una exclamación ahogada. Les observé detenidamente.
Los que primero llegaron fueron los mellizos. La niña, Tina, tenía dos trenzas deshilachadas, y vestía como un chico. Tenía el pelo color paja mojada, unas graciosas pecas en la nariz, y unos ojos azules brillantes. Su hermano, Marcos, era igual pero en versión masculina, y un pelín mas bajito.
La siguiente supuse que era Lidia. Tendría unos trece años, era rubia deslumbrante con los ojos azules claros, y varios kilos demás en maquillaje. Cuando se inclinó a darme un beso, me llegó una vaharada de pestilente perfume. Tenía una sonrisa afectada y falsa, los dientes demasiado blancos, y su ropa era a la última moda. Echó un vistazo a mi camisa negra y mis vaqueros desgastados y sonrió con suficiencia. Definitivamente no nos íbamos a llevar bien.
El siguiente fue la causa de la exclamación de mi hermana, un chico escuálido, no mucho mas alto que yo, con el pelo marrón tapándole parte de un ojo azul oscuro, Gael. Mi hermana se adelantó y le dio dos besos en las mejillas. Gael iba a hacer lo propio conmigo, pero yo interpuse mi mano entre nosotros, para que me la estrechara. No iba a dejar que un tío me besara así como así. Él pareció sorprendido, y quizás un poco agradecido. Me estrechó la mano, y luego depositó un suave beso en el dorso. Yo me sonrojé ligeramente, y esbocé una sonrisa. Extraño, pues casi nada me hacía sonreír.

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Espero que os guste ^^

Gracias ^^
Aquí esta el siguiente cachito

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Pasadas las presentaciones, Manu se dispuso a enseñarnos su ‘humilde morada’. Y un cuerno. Sólo el salón ya era más grande que nuestro antiguo apartamento entero.
La casa era bonita, y en la decoración se notaba el buen gusto. Luego, nos enseñó nuestros dormitorios, y las habitaciones comunes: la sala de estar, el comedor, la cocina, el sótano, y, así, un poco de pasada, la biblioteca. Yo me hice una nota mental diciendo que debía estudiarla más detenidamente, pues podía ser interesante.
Primero vimos la habitación de mi hermana. Era grande, y daba a la parte de delante de la casa. Tenía un armario gigante, que le vendría bien dada la cantidad de ropa que poseía, una cama de las mismas proporciones, con un dosel, un sofá, y un escritorio antiguo.
Mi habitación era un poco más pequeña, cosa que yo agradecí, y tenía un armario no muy grande, una cama con dosel de muselina negra, solo un poco más pequeña que la de mi hermana; un par de estanterías en las que poner mis libros, y un escritorio parecido al de mi hermana aunque mas oscuro y con un ordenador incorporado. Yo lo miré maravillada. ¡Llevaba años rogando a mi madre por unos la mitad de bueno que ese!
Cuando el afluente de gente se fue de mi habitación, empecé a decorarla colgando mis postales y pósters, pero no duré mucho. Tenía demasiadas ganas de ir a la biblioteca.
Al final, la curiosidad me venció, y me aventuré por la maciza puerta de madera de roble que conducía a la biblioteca. Cuando entré, estaba alucinada.
Era una habitación enorme, con dos pisos, y de planta rectangular con una pared, en la que estaba el ventanal, curva. Las estanterías se situaban en torno al espacio central, pero me pareció que no llegaban hasta la pared, aunque era difícil saberlo, ya que eran muy altas. Las librerías tenían una escalera con raíles para alcanzar los estantes más altos. Pero, cuando me puse a observar detenidamente los preciosos libros, me quedé aún más sorprendida. Estaban ordenados alfabéticamente, y por materias. Medicina, biología, historia, literatura, física… era más profesional que la mayoría de las bibliotecas públicas.
Estaba ojeando una obra de Lope de Vega, en lo alto de la escalera, cuando una voz me sobresaltó.
-También hay novelas a la vuelta de la esquina. –Bajé de un salto, y me encontré cara a cara con Gael.- ¿Te las enseño?
Y, sin esperar mi respuesta (que hubiera sido que ya las había visto), me condujo por un hueco entre las estanterías que había estado observando. Así llegamos hasta un rincón en el que había una ventana, una pequeña estantería, un par de sillones mullidos y una especie de tapiz con aspecto medieval, que representaba a una dama y un unicornio.
-Y este es mi escondite secreto –Sonrió Gael, y señaló el libro abierto sobre el sillón y la taza de café. –Casi nadie viene aquí, a mi padre no le gusta leer, y los mellizos son demasiado pequeños para leer en serio. Sólo Lidia y yo venimos aquí, aunque a ella tampoco le guste leer.
-¿Y por que me lo has enseñado a mí? –le pregunté extrañada.
-Porque he visto tus libros, y le pregunté a tu madre si te gustaba leer. Al ser su respuesta afirmativa, pensé que tú también podrías venir aquí. La verdad es que se está muy bien.
-Gracias –le dije yo, sonriendo (¿qué me pasaba? Yo no solía sonreír tanto)
En ese momento, una voz interrumpió la conversación.
- ¡Gael! ¡Ven a cenar, que ya es la hora! –Lidia entró por el resquicio, y pareció muy extrañada (y me permitiría decir que no muy contenta) de verme ahí. -¿Y tú que haces aquí? –me espetó.
-La he invitado yo, Lidia, no te enfades. Dile a papá que ya bajamos.
Lidia me miró recelosa, pero se marchó murmurando no se qué cosa sobre “la nueva niñata” o algo así.
-No te preocupes por ella. –Dijo Gael, poniéndome una mano en el hombro que yo aparté cuidadosamente. No soportaba el contacto físico con otras personas. Él no pareció notarlo. –Creo que teme que, como yo siempre he sido su hermano preferido, con vuestra llegada la ignore un poco.
Yo asentí, y me dispuse a salir del rincón.
-Esto… ¿Mair? –me volví. –Si quieres, luego te puedo recomendar algún libro. –dijo Gael, encogiéndose de hombros.
Yo asentí, otra vez, y me dirigí a cenar.

y depsues decias que yo escribia bien no¿¿ pues será que no te has visto!! joo sige soge pronto prontiiiisimo!!! Gael jejej

xDxDxD
no creo q sea para tanto, pero gracias ^^
si qiere sigo ahora xD

Bueno, como me aburro mucho (xD) aquí dejo el siguiente cachito (no, si me conozco, cuando llegue al final de lo que tengo escrito pensare que deberia haberlo espaciado más )

Este cachito está contado por Gael. La mayor parte de la histora es así, turnando protagonistas, aunque Mair habla más.
Espero que te guste!^^


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GAEL
Aquella chica me intrigaba. No se parecía en nada a su hermana, que era superficial y ya estaba intentado ligar conmigo; ni a su madre, que se parecía a Miriam. No, ella era callada y retraída, y, algo difícil de encontrar, le gustaba leer. Me sentía identificado con ella, y quizás por eso le enseñé mi rincón secreto. También me gustó la forma en que su cara pálida y medio oculta por la melena oscura se iluminaba al ver nuestra biblioteca. O quizás simplemente me gustó su cara.
Subí a mi habitación a cambiarme para la cena, una costumbre en nuestra casa. Cuando llegué, me di cuenta de que la disposición de sitios había cambiado, y no sin agrado, me di cuenta de que ya no me iba a sentar al lado de la plasta de mi hermana Lidia. Ahora Mair se sentaba en mi sitio, y yo a su lado. Sonriendo para mis adentros, antes de sentarme, ayudé a Sara, la sirvienta, a servir la comida, como siempre. Y, a diferencia de otros días, mi padre no me miró mal. Estaba muy ocupado comiéndose con los ojos a la madre de Mair. Aparté la vista, azorado, y me dispuse a comer.
La cena transcurrió en medio de la conversación semi-privada entre mi padre y su novia, las estúpidas chácharas de Lidia, y la comida volante que se lanzaban los mellizos. Miriam hablaba contenta con mi hermana, y de vez en cuando me echaba miradas. Mair comía con la vista perdida en la ventana, en el viejo bosque.Yo miraba a todos, como siempre. En verdad, odiaba las comidas familiares. Prefería comer yo solo, por mi cuenta. En cuanto todos hubieron terminado, me levanté de la silla, y, dándole un golpecito a Mair en el hombro, con lo que saltó sorprendida, le indiqué con un gesto que viniese conmigo. Lidia también se levantó y nos siguió, para mi fastidio, pero no pude hacer nada por evitarlo, la hubiera puesto de mal humor.
Cuando llegamos a mi rincón, fui cogiendo algunos libros de mi estantería para dárselos a Mair. Ella me indicó los que se había leído, y, de los sobrantes, le indiqué uno: El príncipe de la Niebla de Carlos Ruiz Zafón, un libro que me encantó. Cuando Mair alargó la mano para cogerlo, Lidia se lo arrebató, y cuando la miré enfadado, me dijo con cara de niña buena:
-Este libro me dijiste que me lo tenía que leer yo, hermanito, ¿te acuerdas?
No, no me acordaba, pero, por la cara que puso Mair, decidí no hacerle caso y seguirle el juego.
Pero cuando Lidia tenía demasiados libros en las manos, Mair se levantó y dijo:
-Da igual, Gael. Al parecer, todos los libros se los has recomendado a tu hermana. No importa, yo también tengo unos cuantos. Buenas noches.
Y, muy digna, se marchó a su habitación, supuse. Intenté retenerla, pero Lidia me cogió del brazo, y me dijo:
-Déjala, no merece la pena. Es una estúpida. Solo es la hija de la tonta novia de nuestro pobre padre, que ha caído en sus garras. Yo que tú no me juntaría con ella.
Y yo, como un tonto, vi a Mair cerrar la puerta de la biblioteca con una expresión dolorida en la cara.

Jeje, está muy bien
Meos mal que pusiste aqui la historia porque no la encontraba en el foro de LGG
Sigue pronto!

Gracias ^^

DIOOOOOOS!
Me encanta, en serio... Ahora me he quedado intrigada, necesito que sigas... Por favor
En fin, un besito muy grande si?
(no dejes de escribir!)